El pasado 3 de noviembre se celebraron las elecciones presidenciales en Estados Unidos, durante las cuales se produjeron numerosas irregularidades que los medios masivos se esfuerzan en obviar.
Aquel día, el presidente Donald Trump se encaminaba a renovar su mandato, tras cuatros años en los que ha sacado la economía del declive en que la dejó su predecesor, y logrando un récord histórico de empleo en minorías (mujeres, hispanos, afroamericanos, etc.) mientras los medios oficiales le siguen acusando de racista y machista.
Habiendo sacado al país de las guerras heredadas del expresidente Barack Obama (Premio Nobel de la Paz 2009 mientras que a Trump se le cuestiona la candidatura al galardón), el 45º presidente iba en cabeza en la pasada jornada electoral.
Los progresivos conteos perfilaban una victoria aplastante de Trump frente al candidato rival Biden, quizá por las polémicas sobre su inapropiado comportamiento hacia los niños (sin olvidar las acusaciones de su propia hija de haberla abusado siendo menor), sus turbios negocios familiares con el Partido Comunista de China y sus declaraciones alardeando de tener preparado un fraude electoral histórico.
Sin embargo, en mitad de la noche se pararon de súbito los conteos. Cuando se reanudaron, Biden veía infladas sus cifras de votos hasta el punto de dar la vuelta a los resultados en muchos de los estados clave. Los poderes y medios convencionales imponen la narrativa de que tal singularidad estadística se debió a votaciones por correo de proporciones míticas. El equipo de Trump, no obstante, ha comenzado demandas judiciales para que se recuente cada voto verificando su autenticidad.
Las evidencias se van amontonando: votantes muertos que debieron de resucitar para votar a Biden, los estados con más votos que votantes registrados, las grabaciones de trabajadores electorales rellenando papeletas o testimonios de múltiples testigos, incluyendo un supervisor de votos demócrata y trabajadores de la empresa que contaba los votos. Pese a todo, los medios masivos ridiculizan las acciones legales de Trump.
Este paroxismo de censura y propaganda alcanzó un nuevo hito tras la conferencia de prensa de los abogados del presidente el pasado 19 de noviembre. Allí se ofreció un resumen del sinnúmero de pruebas que presentarán a la Justicia. Además, el jurista Rudy Giuliani mostró su estupefacción ante el proceder de las grandes cadenas de noticias, que se esmeran en silenciar todas las pruebas.
Para muestra un botón. En los medios de masas la noticia de aquel día fue la gota de sudor, oscurecida por el tinte de pelo, de Giuliani, el hombre que logró el procesamiento de jefes de la mafia de Nueva York.
Por supuesto, los medios de comunicación de España, convenientemente inyectados en dinero público por el gobierno actual, no se han quedado cortos.
No hay que olvidar la prisa de Pedro Sánchez en felicitar a Biden por su supuesta victoria en unas elecciones cuyo resultado no tiene visos de quedar esclarecido pronto. Resulta llamativo cuando la empresa encargada del conteo Dominion, perteneciente a la venezolana Smartmatic a través de Indra, ha quedado bajo sospecha de manipulación electoral.
Cabe recordar que Indra fue la empresa a cargo del recuento de votos en las dos elecciones generales de España de 2019 y que su mayor accionista es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), entidad ligada al gobierno. Curiosamente, estas elecciones las convocó Sánchez tras la moción de censura con la que consiguió colarse en el poder gubernamental.
¿Qué puede motivar esa presteza de Sánchez en felicitar a un candidato aún no ganador y sospechoso de un fraude electoral relacionado con la empresa que contó los votos en España en 2019?
Tal y como expuso la asociación Elecciones Limpias de España, la coalición actual del gobierno, tan dada a repetir que el Rey de España no ha sido elegido por la gente (a la que el gobierno de ellos está arrastrando a las hambrunas), es sospechosa de orquestar un pucherazo para alcanzar el poder. Las pruebas de la dudosa credibilidad de los conteos se van acumulando.
De nada sirve que se haya solicitado la revisión transparente de votos, pues para Pedro Sánchez y Pablo Iglesias asegurar unas elecciones limpias parecen ser locas ocurrencias ultraderechistas.
Los tribunales decidirán el verdadero resultado de las elecciones estadounidenses.
Pero, ¿aceptará el gobierno español el resultado, evitando más desencuentros con la superpotencia americana? ¿O hay algo que esconder en que el aparente fraude electoral en Estados Unidos esté tan íntimamente relacionado con la empresa que contó los votos, que no cuadran, en las elecciones que dieron el poder a Pedro Sánchez y Pablo Iglesias?