Al hacer memoria, podemos observar cómo se han justificado los sistemas de gobierno en la Historia de la Humanidad: con religión. Los pueblos siempre han sido gobernados con el poder del ejército, que para eso está, pero esto adquiere un carácter humanitario cuando se justifica con la religión y se refuerza con argumentos altruistas, como la garantía de una convivencia en paz donde se haga justicia y se cuide la moral. La autoridad se ejerce por nuestro bien, y todos debemos aceptarla, o...
Si antaño nos decían que el Rey lo era por la Voluntad de Dios, ese argumento dejó de ser eficaz para mantener subyugados a los pueblos cuando, gracias a la imprenta y el incremento de la capacidad de las personas para compartir la información, el pueblo adquiere suficiente cultura como para comprender, al menos de manera superficial, cómo funcionan las jerarquías en un sistema político. Los sistemas totalitarios que se autojustificaban con la Voluntad de Dios (para disimular y justificar ante sus subyugados la opresión de su herramienta de gobierno por excelencia, el ejército) empiezan a caer con la Primera Guerra Mundial, hace apenas 100 años.
Durante el siglo XX, la ciencia se vuelve popular. Los avances científicos hacen que las civilizaciones se desarrollen como nunca antes había ocurrido. En menos de 100 años, nuestro estilo de vida deja de parecerse en algo a como el Hombre había vivido a lo largo de toda su historia evolutiva. De las noches iluminadas por el fuego, la convivencia con animales domésticos, la comida fresca del huerto y los sonidos de la naturaleza, hemos pasado a vivir las noches sumergidos entre los brillos del fluido eléctrico, la convivencia con máquinas, platos de comida prefabricados y sonidos generados por amplificadores. De los berridos de valle a valle a transmitir nuestros pensamientos por telepatía electrónica. La tecnología ha cambiado radicalemente nuestros hábitos, y el acceso a la cultura ha elevado nuestro talento singular para comprender el entorno que habitamos.
La sociedad de actualidad difícilmente tragaría con un sistema de gobierno que se sostiene justificado con los argumentos del medievo, los de "por Voluntad de Dios". Ahora tenemos conciencia de que todos, hasta los jefes, somos iguales en derechos, por lo que se debe considerar la opinión y el bienestar de cada uno. Esta es la base del ideal democrático.
Parecía que el sistema democrático se estaba imponiendo en todo el mundo por haberse demostrado como el que mejor garantiza lo que todos deseamos para nuestras sociedades: paz y justicia. Sólo había que depurar los nichos de corrupción enraizados en las instituciones para dar fin a la era de los privilegios abusivos y la impunidad, cuando, de repente, aparece el Sars CoV 2, un retrovirus con la capacidad de provocar resfriados que justifica la amenaza de parar en seco los procesos democráticos en desarrollo de todo el planeta...