Días de pandemia, virus y comunicación. Muchos días, que parecen meses. Mucha comunicación. Encierro, sí, de la mayor parte de la población; pero difícilmente puede hablarse de aislamiento comunicativo.
Mucha comunicación sobre la comunicación. Comunicación sobre lo que han dicho los otros, autoridades, colegas, contra-autoridades. Situación que apenas puede considerarse como nueva. Si reflexionamos, nos daremos cuenta que es lo normal. Pero tal vez ahora se nos hace más evidente, por el propio hambre de información y, sobre todo, comunicación. Normalmente, antes de que todo esto ocurriese, también había mucha comunicación y muchos tipos de comunicación.
Podemos hablar de dos grandes tipos de comunicación. Por un lado, la comunicación societaria, la que circula en los medios de comunicación institucionalizados, los que podemos denominar tradicionales. También los conocemos como medios de comunicación de masas; pero, como veremos, los otros pueden ser tan masivos como estos.
La comunicación societaria tiende a la formalización, moviéndose en lo que conocemos como opinión pública. Tienen como función generar esta. Por ello, quienes viven principalmente de la opinión pública para su ejercicio profesional, como de manera especial ocurre con la política, han estado muy preocupados por este tipo de comunicación. Es más, los gobiernos de casi todos los países –y regiones- del mundo han procurado hacerse con la gestión directa de medios de comunicación propios. Tras tal motivación originaria, los medios públicos han tenido grandes dificultades para llevar a cabo su ejercicio de manera independiente, sin los controles gubernamentales.
Si no es suficiente con el control de los medios de comunicación propios, se puede buscar la complicidad de los medios privados. Para esto, son variados los mecanismos, incluso en países que podemos considerar plenamente democráticos. Van desde la adecuada –y negociada- formalización de los concursos para las concesiones de emisión, hasta la distribución de la publicidad institucional, pasando por las ayudas económicas directas, como ha hecho recientemente Pedro Sánchez, dando quince millones de euros a distintos medios de comunicación justificado por su esencial cometido de entrenemiento durante la crisis del coronavirus.
Creo que, solo a partir de tal complicidad de buena parte de los medios de comunicación privados, se puede explicar la práctica ausencia de la función de fiscalización por parte de estos de la labor del Gobierno en esta crisis. Así, puede entenderse el relativo dominio de las caras menos amargas de esta tremenda crisis y que, en la mayor parte de estos medios de comunicación, parece que los únicos culpables son los ciudadanos, que se mueven, que no respetan las órdenes de confinamiento.
Dominio de la cara menos amarga. Y es que, en la actualidad, tenemos la suerte de que nos llegan otras comunicaciones. Otras comunicaciones, incluso dentro de la comunicación societaria. Podemos quedarnos atónitos, dada nuestra cultura mediática, cómo en cadenas televisivas norteamericanas atosigan a los responsables políticos preguntándoles lo esencial -¿de cuántos respiradores se dispone? ¿cuántos test se pueden hacer al día? ¿cómo se repartirán las mascarillas?- sin dejar que el interpelado se escape con evasivas del tipo: “hay que reconocer el gran trabajo de nuestros profesionales de la salud…”. Esta no es la respuesta, porque no era la pregunta. Aquí, las pocas veces que los medios de comunicación han hecho estas preguntas a altos cargos, como ministros, han contestado que no lo sabían ¡Y tan frescos!
Además, está la otra comunicación, la de lo social, que estos días viene principalmente a través de las redes sociales. Nos hemos transformado todos en adolescentes, con el móvil en la mano. Son los canales a través de los que nos llega lo que la otra comunicación no cuenta. Nos comunica cómo están los nuestros, claro está. Pero, también nos comunica el aluvión de muy amargas experiencias vividas en relación a la atención sanitaria, explicadas por el aluvión de pacientes; pero, también por la falta de recursos: sin camas, sin respiradores, sin apenas nada con que aliviar el dolor y la angustia, que la buena voluntad de los profesionales. Nos llegan dramas. A través de este tipo de comunicación, nos alcanza el aviso de comunicaciones que no funcionan, porque no dejan de comunicar, como los números mil veces repetidos para llamar, en caso de que se sientan los síntomas de la enfermedad.
Para los sociólogos, el juego más interesante es el que se desempeña entre la sociedad y lo social. Por tanto, igualmente interesante es su homólogo, el que se traza entre medios de comunicación tradicionales y redes sociales. Ver cómo lo que se dice en los medios de comunicación tradicionales es respondido por las redes sociales. Un eco contestatario, reaccionario en muchos sentidos, pues la reacción es su lógica. Un eco frecuentemente visceral, salido de esa cultura política tan latina de echar la culpa a los políticos. Canales que recogen preocupaciones y demandas de lo social.
Día a día crece este segundo tipo de comunicación. En la mayor parte de los casos, expresiones sinceras de emociones. En otros, intereses escondidos como rabias para atacar. A veces, difícil discriminar. En todo caso, algo que deben escuchar quienes viven de la opinión pública. Ya no es suficiente con atender a los medios de comunicación societarios. Es la desgracia que estos últimos están descubriendo: siguen siendo necesarios, pero cada vez menos suficientes y aún menos autosuficientes. A los políticos, se les quedan muy cortos. A las empresas, tal vez demasiado lejos, pues ya no necesitan de los medios de comunicación tradicional para promocionarse, ni relacionarse con sus clientes, sino que, a lo sumo, los tienen como colchón ante crisis propias, que vengan rebotadas desde lo social y las redes sociales. La comunicación societaria cada vez está más subordinada a la lógica de la comunicación de lo social.
Cuando salgas, no se te olvide llevar cargado el móvil. Es nuestro arma comunicativa básica. Sin él, estamos comunica, social y políticamente muertos. Y esto bien lo saben los GAFA y sus entornos.