Uno de los principales problemas con los que se encuentra la investigación mediante encuestas con entrevistas que utilizan cuestionario estandarizado es la tasa de respuesta. De los inicialmente seleccionados de manera aleatoria o cuasi-aleatoria para formar parte de la muestra, la proporción de los que acceden a participar en el estudio con sus respuestas es muy baja. Una proporción cuya información suele permanecer opaca en las fichas técnicas, cuando son publicadas por los institutos o equipos que han llevado a cabo el estudio o el trabajo de campo. Hay honrosas excepciones, como la del Centro de Investigaciones Sociológicas, en la medida que ocasionalmente ofrece tal información.
Se trata de un problema que afecta a la consideración sobre la validez de los resultados. Atañe a la representatividad de la muestra conseguida: ¿existen diferencias sustanciales entre los originalmente seleccionados y los que terminan sustituyéndolos, más allá de las diferencias de perfiles sociodemográficos o socioeconómicos más relevantes (sexo, edad, ocupación, etc.)? Surgen dudas cuando, por ejemplo, se requieren más de veinte intentos de contactos a personas distintas por cada entrevista conseguida: ¿qué tendrá de especial este vigésimo contacto para aceptar, en lugar de rechazar la invitación a la participación en la investigación? En todo caso, el proceso termina pareciéndose más a una autoselección, que a una selección.
Se trata de un fenómeno que se encuentra en los orígenes de la encuesta con entrevistas con cuestionario estandarizado aplicado a una muestra estadísticamente representativa. Entonces, se pensaba que era por la novedad de la práctica, lo extraño que alguien fuese llamando a las puertas para solicitar la opinión. No había cultura de entrevistas a desconocidos. Sin embargo, ya han pasado casi tres cuartos de siglo desde esos tiempos y hasta puede asumirse la existencia de una cultura de “la encuesta”; pero las tasas de respuesta siguen bajando.
Contrasta la enorme reflexión metodológica que ha habido sobre el papel del entrevistador, como sobre el diseño del cuestionario o los análisis sobre las distribuciones de las respuestas o los límites de las inferencias, con la distancia metodológica sobre este problema. Claro que ha habido propuestas alternativas, como la de motivar la aceptación de la invitación con algún tipo de premio. Pero, en general, se ha tendido a aplicar al ruido de la baja tasa de respuesta una especie de sordina, en lugar de enfrentarse al mismo.