España está pasando por diversas fases para intentar recuperar la normalidad anterior al ataque del ya tan conocido Covid-19. Si bien en este nuevo siglo es la primera vez que nos enfrentamos a algo así, no deja indiferente a nadie las diversas cosas que han ocurrido y que están ocurriendo, a cada cual más insólita si se me permite la objeción, por poner unos ejemplos: creación de nuevas palabras, nula capacidad de reconocer errores, ignorancia y pedantería por parte de los conciudadanos...etc.
Pero después de tantos años en esta tierra uno aprende a normalizar muchas de esas cosas como algo intrínseco de la propia naturaleza del español medio...excepto alguna que otra claro está.
Sentado en la terraza del piso tomando el sol estoicamente mientras tomaba un té verde con limón pensaba que el sector sanitario saldría reforzado de esto, al fin y al cabo estaban en primera linea de fuego y la televisión no paraba de darles toda la visibilidad posible por su labor. Hubiera seguido reflexionando si los murmullos y los gritos de las mesas de los bares de delante no me hubieran sacado de mi trance temporal, al levantar la cabeza en respuesta a ese estímulo no me tope con las mesas de los bares y la gente que se sentaba en ellas, sino con un colegio y una guardería cerradas.
Inmediatamente caí en que aquellas instituciones tan básicas y que tantas luchas han tenido en el pasado para que fueran asequibles de manera universal a todos los ciudadanos estaban relegadas a un segundo plano, tanto político como social en poco menos de tres meses.
No voy a ser yo el que defienda la «educación» actual o a las instituciones oficiales que la imparten, a la vista queda durante años su poca eficacia por formar a ciudadanos de bien mediente métodos anacrónicos y poco flexibles, y que su existencia simplemente se deba a que desde la revolución industrial hacia falta enseñar a la gente a leer y escribir para que supieran manejar las nuevas máquinas industriales, y no por una evolución natural de querer hacer el bien para con el prójimo.
Pero aún así no deja de ser interesante ver como un pilar del tan alabado «Estado de Bienestar» acabe solapado por una necesidad superflua y de servicio privado como es ir a un bar a tomarse una caña y unas tapas con los colegas o la familia. No quiero que se me malinterprete, es comprensible y deseable que la economía empiece cuanto antes a ponerse en marcha, pero... ¿dónde esta esa supuesta voluntad de ponerse a trabajar al unísono con el tema escolar desde el principio?, cuando conviene hablamos de lo que hacen los países vecinos, de las medidas que deberíamos tomar y tal, y estamos viendo que los demás países europeos ya tienen encima de la mesa propuestas y medidas y no un par de cervezas.
¿A qué se debe esto? Pues evidentemente a la imagen, a la naturaleza que se ha construido en este país, no es que tengamos más bares que escuelas, es que es nuestra riqueza, nuestra identidad, nuestro legado. El individuo que nace en este reino gastará su tiempo en la guardería, en la escuela, posteriormente en el instituto, puede que universidad o ciclo formativo y finalmente solo quedará su yo. Todas estas etapas tienen un coste, primero para el propio individuo que las vive directamente y después para los demás de manera indirecta en forma de impuestos, pues bien, aun con todo eso, ese individuo final, vale menos que esa botellita de cristal que se llama cerveza, y desgraciademente no lo digo yo, lo dice la sociedad con su actitud.
Finalmente vuelve en mí ese trance temporal del principio, ya me queda poco té verde con limón en el vaso, y va siendo hora de levantarse y volver a la penumbra después de haber tomado el sol, no sin antes pensar que todo esto es un burdo experimento y que realmente la botellita de cerveza no vale tanto como parece, y así es, esto solo es un plan para fomentar ese consumo de cara a la apertura de fronteras, para que los turistas extranjeros vuelvan a ocupar las calles y las mesas y pidan tercios de cerveza de mejor calidad, dado que los primeros autóctonos del principio habrán saneado y «limpiado» el excedente de peor calidad. En cuanto al individuo, este o no este abierto su institución de educación pertinente es ya indiferente, su destino ya está escrito: es el responsable de servir en bandeja de plata ese suculento tercio de cerveza que supuestamente vale más que él.
Mientras me levanto de la silla veo un poco más allá que el gerente de una discoteca está poniéndola apunto para su reapertura, al otro lado de la calle hay un parque infantil, que como es obvio, sigue cerrado.
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