Decir que estamos en un momento histórico es algo obvio, además de un tópico tan manido que debiera prohibirse su uso. Todo momento es histórico; pero, cuando se ven atravesados por acontecimientos como el que estamos viviendo, lo son más. ¿Qué queremos decir con tal calificación? Seguramente muchas cosas. Su alta capacidad de circulación viene precisamente de su enorme polisemia. Significa simultáneamente varias cosas, siendo las posiblemente más a mano la de acontecimiento destinado a quedar en la memoria colectiva o la de acontecimiento sobre el que puede establecerse un antes y un después, que cambiará el proceso de la historia. Por el primer significado, el acontecimiento se configura como huella. Por el segundo, como proceso de histéresis, término tomado de la Teoría de las Catástrofes y que viene a decir que, en un determinado campo, se acumula una serie de pequeños cambios, tensiones o energías, hasta que, repentinamente, se produce un gran salto de carácter irreversible. Ya no se puede volver atrás. Es el momento de histéresis. Histéresis es una palabra que viene del griego y quiere decir retraso. Los efectos de lo que se estaba acumulando no se producían. Se agolpaban. Hasta que llegó el punto de crisis. La situación crítica. Es el momento del espasmo.
En todo caso, situación hiperexcepcional. En parte, por la propia globalidad del fenómeno. Algunos lo han tomado como una especie de “gran experimento del mundo”. Como tal experimento ponen sus instrumentos a funcionar. Pero, como está ocurriendo en casi todos los ámbitos de la vida, el experimento les ha pillado sin tener el laboratorio preparado. Sin tener el control de las variables. Me estoy refiriendo especialmente a los científicos sociales y los científicos del alma (psicólogos). Reconociendo la situación de histéresis, se han arrojado sobre sus viejos instrumentos. Sobre unos instrumentos que, precisamente, están diseñados para momentos de estabilidad general, de equilibrio en el contexto. Arrancan sus ya viejos instrumentos cognitivos, de registro, de manera acelerada y van más en busca de titulares de prensa, que de observación seria. La probabilidad de que encuentren el titular es infinitamente mayor que la de que consigan una observación seria, profunda; que, al menos, reflexione sobre la validez de sus intuiciones e instrumentos de registro en momentos de histéresis.
El laboratorio es el mundo. Un laboratorio tan transparente y abierto que no es un laboratorio. Estos científicos apresurados y de titular lo califican como: ¡el mayor experimento social de la historia! Tal vez tengan razón. Es el mayor experimento de la historia porque es la historia y no un experimento. Sin posibilidad práctica –ni, por supuesto, cognitiva- para controlar las variables, que es lo que define a los experimentos, intentan introducir el acontecimiento en sus cajas negras. La caja negra de moda se llama big data.
Cajas negras de todo tipo. Simples como cuestionarios enviados por e-mail a miles de direcciones, para ser autoadministrados, sin control alguno de los elementos más básicos, como es quién contesta, a quién representa quién contesta o por qué contesta quien contesta. Si el control es lo que caracteriza la lógica experimental, aquí sobresale el descontrol. Utilizan viejos instrumentos y, además, lo hacen mal, sin desarrollar el potencial para la observación con el que han sido concebidos.
También se están desarrollando cajas negras complejas. Aquí, la cibernética, como ciencia del control, parece imponer su lógica, con un consenso político más o menos generalizado. Nuestras huellas digitales, emitidas especialmente a partir de nuestros teléfonos móviles, son convertidas en síntomas. Su horizonte es convertir el mundo en un gran laboratorio digital controlado. Es muy posible que esta práctica de masivo registro de síntomas ya se estuviese haciendo antes de la pandemia. Ahora adquiere la legitimidad del laboratorio y el experimento. Es una caja negra que da miedo.
Seamos generosos. Comprendamos que buena parte de nuestros científicos está tan afectada por la propia crisis pandémica, como lo estamos todos, llevándoles a una reacción de la que se avergonzarán después. Pero, si siguen así, van a cambiar las razones de la calificación del momento como excepcional. Va a ser excepcional más por el experimento que quieren crear de nosotros mismos. A veces, solicitando nuestra participación voluntaria. Otras, extrayendo nuestras huellas digitales, como si nos extrajeran sangre, sin aviso alguno. ¡El experimento es el que están produciendo, no el que dicen estar observando!
Pero la historia no puede encerrarse en un experimento. Ni siquiera haciendo el dudoso salto metafórico de asimilar el confinamiento al encierro en un laboratorio. Cada domicilio no es una especie de celda de un inmenso laboratorio global. Sin embargo, no parece casual que el pensamiento del autor de Leviathan, Hobbes, sea también uno de los que están tras los inicios de la práctica experimental.
La historia de nuestra Modernidad nos dice que, tras cada momento de histéresis, ha habido una vuelta de tuerca del poder de la lógica de la sociedad sobre la lógica de lo social. De la lógica del mercado, de los contratos, de la racionalización burocrática (ahora reconvertida en digital), sobre la lógica de los lazos, los encuentros, los abrazos, la solidaridad. Esto es lo inquietante.
Tras cada epidemia, tras cada revolución, una vuelta de tuerca. Tras la explosión solidaria, la reacción totalitaria. Ahora, la reacción totalitaria puede venir por la vigilancia digital masiva.
Se sospecha que el virus ha salido de un laboratorio. Que se trata de un experimento que se ha descontrolado. Pero quienes somos producto de un laboratorio somos todos nosotros. Seres para un laboratorio. Ratones. Mejor ¡ratón colorado!