Crónicas con CoViD
Esta mañana, salí a comprar pan... chan, chan, chaaaaaaan (música de suspense). Y no solo pan, la nevera tiritaba. No tenía más remedio que salir al exterior, donde dicen que hay un bicho pululando entre los humanos, que es tan pequeño que no lo puedes ver, pero que si se te mete por un ojo te puede provocar un infarto, o que te abandonen a tu suerte y mueras por desatención, si disfrutabas tu jubilación en una residencia de ancianos.
Para más inri, tenía que sacar la basura. Hasta para sacar la basura, yo me llevo la cámara de fotos, por lo que surja documentar.
Salir fuera de la jaula es arriesgado en estos días, pero, como en la selva, cuando el hambre aprieta hay que comer, cualquiera haría lo que fuera necesario para encontrar comida. Si hay que arriesgarse a coger un resfriado, uno hace de tripas corazón y se resigna a lo que toca. Aunque, en la selva, uno nunca sabe por dónde va a asaltar el tigre.
Me había abrigado, por si hacía frío, con el cubrebocas puesto, por si acaso tosiera, no asustar a nadie, y la bufanda enrollada sobre el cubrebocas, como doble capa de seguridad. No se me ocurrió llevar una bolsita de plástico, por si me veía la policía, que no pensaran que era el primo de la boda con su cámara nueva, y me sancionaran otra vez por no poder justificar que estaba yendo a la compra al mercado que hay al lado de mi casa, el Mercado de Usera.
...¿Y qué me encuentro? El contenedor de la basura ordinaria había sido intervenido por un intelectual! Lucía una representación artística digna de una feria de arte contemporáneo como ARCO. Lo digo porque he estado en ARCO y he visto con mis propios ojos lo que se vende allí. Por supuesto, documenté aquella espontánea muestra de arte urbano que había descubierto de pura casualidad, y estaba en ello cuando escuché un frenazo a pocos metros... Era la policía.
Claro, yo ya había tirado la basura y, aunque el Mercado de Usera estaba justo al cruzar la calle, a los patrulleros les pareció una indecencia que yo, en plena alarma por el coronavirus, estuviera entretenido tirando fotos a un contenedor.
Les dije que iba a la compra, pero no les parecí convincente.
-¿Y si estás yendo a la compra, qué haces tirando fotos?
-Es que soy reportero gráfico - me identifiqué y le mostré mi acreditación - Estoy documentando lo que ocurre en la calle, de paso que voy a la compra...
Sería un esfuerzo en vano, hasta peligroso, tratar de ilustrar a los agentes sobre el valor conceptual de la joya artística que acababa de identificar.
Mi argumento no satisfizo a los uniformados. Eso de ir a la compra y hacer fotos a la vez, hay personas que lo ven inhumano, pero, créame, no es difícil. Cualquiera podría ir a la compra, hacer una foto o vídeo con su smartphone por el camino, y haber documentado un evento digno de compartir con los vecinos. Eso se llama derecho a la información, a producirla y a acceder a ella, y no hace falta acreditarse como profesional de nada para disfrutar un derecho tan fundamental, como es el de comunicarse con las herramientas que se precisen.
Pero estamos en estado de cuarentena por la alarma del coronavirus. Por lo que nos han contado, cualquier homínido podría provocar la desaparición de toda la especie, y a los que han sido infectados no se les puede reconocer por tener pinta rara. La policía debe afinar su intuición para detectar insolidarios y devolverlos escarmentados a sus confinamientos. Un sólo error podría percutir el inicio del apocalipsis total. Soportar tanta responsabilidad es estresante.
Las calles, no es que estén vacías, pero están bastante tranquilas, y se ve que no hay incidentes más graves que atender, o residencias de ancianos que vigilar. Los agentes estaban decididos a sancionarme, a pesar de estar a menos de 150 metros de mi casa y a menos de 20 metros de la charcutería donde compro el queso. Y a pesar de haberles demostrado mi condición de reportero gráfico. Incluso les invité a que consultaran mis publicaciones, pero no tenían ganas de investigar el caso ni ponerse a hacer averiguaciones, teniéndolo tan claro. Ellos ya habían emitido su sentencia, que era sancionarme por deambular sin una autorización.
Quienes se hayan hartado a jugar al rol entenderán mejor los juegos de cartas con que podría resumir el incidente. El máster tira los dados y sale PANDEMIA por varios meses. Yo tengo mi carta de reportero, que se supone que me blinda contra el decreto de cuarentena, la carta que ha sacado el Presidente del Gobierno para ordenar los confinamientos, por lo que puedo pisar las casillas del exterior de mi jaula. Pero aparecen otros jugadores y me sacan la carta de policía, que les da +10 de autoridad, lo que significa que tengo que tirar mis dados. Me sale un número bajo, le he caído mal a uno de los policías y se va a cebar conmigo. Le saco mi carta de reportero, pero es la autoridad. Tengo que volver a tirar y mis dados han vuelto a sacar un resultado desfavorable... Sanción por desplazamiento con pormenoridad manifiesta.
Haber descubierto un aporte cultural que podría salvar la economía de España, si lo llegan a incluir en los catálogos de ARCO, me ha provocado una multa, otro síntoma del coronavirus.
Foto y texto: Ibán P. Sánchez
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