Aunque parece increíble, el gobierno español ha decretado el uso obligatorio de una prenda de vestir. Unos lo llaman mascarilla, otros le llamamos bozal por representar un símbolo de docilidad y de sumisión a la propaganda expelida por el engranaje mediático.
Cuánta gente se ha preguntado por qué, ¿por qué puedo follar con mi pareja en casa pero no podemos ir juntos en el coche? ¿Por qué puedo sacar a pasear al perro, pero no puedo sacar a pasear a mis hijos? ¿por qué puedo ir a trabajar en metro pero no puedo velar a mis fallecidos? ¿por qué no han permitido que se alivie la agonía de los familiares, que han muerto solos y aislados, pero meterme en un súpermercado y comprar? ¿por qué se ha abandonado a los ancianos confinados en sus residencias? ¿Por qué se diagnosticaba CoVid 19 a ojo, sin ningún rigor? ¿Por qué se confía en unos test que son menos fiables que diagnosticar con una moneda a cara o cruz?
Sobre todo ¿por qué están tan convencidos de que existe el Nuevo Coronavirus, si nadie ha presentado las evidencias?
Entre los aventurados viandantes podemos apreciar el grado de dependencia de la tele según vayan complementados. Los más televidentes no reparan en esfuerzos para salvar su vida y proteger la salud de sus allegados. Se embozan la mascarilla con el filtro más fino, llevan sus guantes de látex sobre otros guantes de látex, más los guantes que les exigen en el supermercado. Visera con pantalla protectora, calzadores esterilizados, y armados con pulverizadores de biocidas que rocían en todas las superficies con las que vayan a estar en contacto. Luego les llaman hipocondríacos y les recetarán ansiolíticos, cuando solo son personas sin tiempo para contrastar las tonterías de tertulianos indocumentados y expertos sugestionados por la OMS.
De estos afectados por la propaganda malintencionada, los más asustados jalean a quienes no tienen tanto miedo como ellos. Les reprochan no haberse puesto el bozal, que se abracen con sus amigos, que paseen por la calle o que tomen el sol relajadamente, sin transmitir más pánico al resto de vecinos.
Estos inconscientes (algunos se enfadan conmigo por compararles con los monos asustados, pero actúan de manera similar) son los que demandan barbaridades como fumigar las calles con lejía, lo mismo que hacen ellos en sus hogares inspirados por a saber qué tertuliano, sin considerar los efectos de respirar vapores tóxicos.
La prensa ya se ha hecho eco del aumento de intoxicaciones reportadas, y la proliferación de lesiones cutáneas derivadas del uso de mascarillas.
Como los monos, los humanos aprendemos por imitación. Pronto serán mayoría los que recuperen el sentido común y vuelvan a vivir la vida sin preocuparse de un virus fantasma, al ver otras personas que salen a la calle, hablan, se besan y se ríen los chistes, van de compras, y nadie cae al suelo desvanecido por CoViD 19, que no se colapsan los hospitales y que la prensa habrá dejado de hablar del coronavirus de un día para otro. El Nuevo Coronavirus caerá en el olvido como ocurrió con la gripe porcina. Desapareció de los titulares, y se acabó la paranoia.
Los que no lo superen, serán medicados y sedados por su propia seguridad.
Eso sí, se comercializará la vacuna y los habrá que paguen lo que les pidan para que vacunen a sus hijos, aunque la OMS publique discretamente que no existe ninguna vacuna que garantice la inmunidad, como tienen publicado en su FAQ sobre la gripe A-H1N1 sin que se enteren los médicos que sí recomiendan su vacuna.
La OMS está preocupada por el descrédito en el que caen sus sacerdotes de bata blanca, que nos llevan adoctrinando décadas con esa nueva religión de argumento pseudocientífico, la Teoría Microbiana, que contempla la vida como una guerra entre seres vivos por la supervivencia de los más fuertes, y el cuerpo humano como un castillo obsoleto que necesita ser parcheado con tecnología farmacéutica.
Por este adoctrinamiento agresivo, por mantenernos en el trance del terror a cosas que no podemos ver ni detectar, se nos obstruye el acceso a otros puntos de vista, y se criminaliza quienes ofrecen una perspectiva desde la verdadera ciencia, que advierten de las imprecisiones de la Teoría Microbiana al tener en cuenta los conocimientos adquiridos en microbiología sobre la relación de simbiosis en la que convivimos en nuestros ecosistemas.
Es irracional declarar la guerra a un microbio, como lo ha sido declararle la guerra a una planta, a una forma de pensamiento o una etnia a lo largo de nuestra Historia, arengados por charlatanes carismáticos pero de discurso prejuicioso y carente de fundamento.
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Fotos y texto: Ibán P. Sánchez
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