Cronicas con CoViD
El jueves fui a la compra... chan, chan, chaaaaaaaaaan (música de suspense). Me estaba quedando sin comida para mí y mis gatitas. Tenía que arriesgarme salir, tocar algo inadecuado y morir, o convertirme en un potencial asesino como portador asintomático. Según la actitud del gobierno español, cualquier contacto con objetos del exterior podría acarrear nefastas consecuencias por el riesgo a contraer y propagar una infección de Sars CoV 2.

Parar una ciudad es del todo imposible.
Por la alarma desatada, se puede apreciar en el ambiente que el trauma social dejará secuelas en nuestras relaciones naturales. Cualquiera que salga observará cómo el distanciamiento se guarda escrupulosamente entre aventurados que hayan tenido que arriesgar sus vidas al ir a la compra, a por abastecimiento para soportar otro mes de cuarentena. Quien no se acerca por el miedo a contraer la infección, no se acerca por miedo a asustar a terceros. Unos tienen miedo a resultar heridos, a otros les preocupa resultar una amenaza.
Ha cundido el pánico en Madrid y en casi todo el planeta. Hasta los perros, sensibles a las fobias de sus responsables, se vuelven hostiles hacia otras personas.
En los mercados se ha impuesto el cubrebocas. Los guantes ya se usaban. Los clientes esperan silenciosos en fila de a uno y piden lo que necesiten guardando distancias. Las tiendas de alimentación siguen funcionando como un servicio esencial, con sus trabajadores, sus distribuidores y personal de mantenimiento siempre necesario. Todos trabajan bajo presión por la posibilidad de ser la siguiente baja, víctimas de una entidad invisible y que podría infectarles de manera indetectable. Como los antiguos temían a los demonios de Satanás y a ser infiltrados por sus espíritus imaginarios.
Además, se ha puesto a disposición de la clientela teléfonos de contacto para dar servicio a domicilio, lo que implica más trabajadores en riesgo, los repartidores, otros olvidados en los aplausos de las 20h. Sin su trabajo las personas con diversidad funcional tendrían complicado sobrevivir a la cuarentena.
También los reporteros nos arriesgamos al salir a documentar este momento de la histeria de la humanidad.
Fotos y texto: Ibán P. Sánchez
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