Es su segundo disco producido por Álvaro Espinosa y editado por Calaverita Records. En una original fusión de distintas personalidades sonoras, construye la isla del subconsciente y las obsesiones, aquellas que atrapan y a la vez enriquecen
Nunca subestimes el poder de una habitación en soledad. Allí, donde el mundo es aparentemente más pequeño, se escucha a los mosquitos con más claridad, las voces interiores que nos llevan a atravesar una frontera invisible que solo nosotros somos capaces de alcanzar.
Dentro de ese cuarto estaba Travis Birds cuando inició la gestación de su segundo trabajo discográfico, “La costa de los mosquitos”, al que se enfrentaba con la mochila cargada de la experiencia adquirida tras lanzar “Año X” y lo acontecido en su carrera en un tiempo récord: el éxito de su single “Coyotes” -elegido como cabecera de la serie El Embarcadero-, de su participación en el disco “Tributo a Sabina. Ni tan joven ni tan viejo” -con “19 días y 500 años después”- o colaboraciones con artistas como Benjamín Prado, La Pegatina o Tu Otra Bonita, además de la gran acogida de su repertorio y de sus conciertos.
La artista escuchaba una especie de zumbido existencial que se hacía cada vez más presente y una melodía sugerente que la adentró en la composición de un álbum rico en matices, evocador, distinto y con tantas lecturas que ninguna escucha se parece a otra.
En la siguiente escena y mientras suena la canción que abre el disco, Las Cinco Disonante, ni ella ni nosotros estamos en la habitación. Hemos cruzado al otro lado como la Alicia de Lewis Carroll, a la isla imaginaria de su costa de los mosquitos. Es el inicio de un vuelo introspectivo hacia lo desconocido lejos del letargo. Los ruidos oníricos de guitarra, los efectos o las capas de voces nos adentran en otra realidad, salvaje e impredecible como la naturaleza. Los instrumentos entran y salen de las capas ambientales con un corazón rock. “Sueño contigo durmiendo con él. Es tan extraño quererte distinto, como si fuéramos simplemente dos criaturas en vilo”.
Claroscuro abre la caja de pandora, enciende las luces ocultas. Los mosquitos son en realidad miedos, ansiedades, relaciones tóxicas y obsesiones. Ella canta a estas sensaciones desesperadas desde la ironía y con un punto almodovariano. En la letra construye un hermoso paralelismo entre el silencio del otro y la luna, ambos ingobernables. El contrabajo otorga una profundidad única al igual que la instrumentación minimalista con el piano enigmático de Luca Frasca a la cabeza que convierte definitivamente la canción en un viaje. Aquí está otro de los atractivos del álbum: las diferentes personalidades que irá adquiriendo la madrileña, entre lo folclórico y lo contemporáneo. “Sospecho que tengo la culpa de verme llorando. Que parte del tiempo que invierto y que pierdo en quererte, me está destrozando. Y me creo que el viento no sigue soplando cuando yo le cierro. Me creo que el mundo no sigue girando si no estoy yo allí para verlo”.
En general, todo el conjunto se moverá en esta línea de producción dirigida por Álvaro Espinosa. La raíz juega con una amplia gama de sonoridades modernas, texturas y ambientes que nos sobrecogen desde el primer momento. Uno se sienta a escuchar este trabajo como quien disfruta de una película, de cortometrajes sonoros que resultan tan inspiradores y visuales que podemos ver a través de ellos. Es la música de un genio loco llevada a otra dimensión, a otra profundidad de piel que se aleja de lo convencional con un fuerte poder de atracción.
En Tananana, asoma en la isla poco a poco la luz. La obsesión, la búsqueda o la resignación adquieren tono de desahogo. El juego de instrumentos, los ruidos o sonidos naturales aportan un aire desenfadado a una composición dulce que cuenta con la colaboración terrenal del argentino Kevin Johansen. “Cuando te crees que nadie va a mirarte yo te he visto y me he roto la cara por ti”.
Llega Madre conciencia, la canción más poderosa y pegadiza. Brilla por su potencial rítmico, la melodía entrecortada, los silencios y su horizonte musical entre lo urbano y la tradición. Es como si se pudiera conectar al mismo tiempo la Granada de Carlos Cano o Enrique Morente con el Londres de los Beatles. El cajón flamenco, las palmas o la guitarra se funden con elementos electrónicos para alcanzar la orilla de esa conciencia que siempre nos juzgará. “Anda Madre Conciencia conmigo encendida, me pone la misma mirada serena que siendo una niña ya me estremecía. Me envuelve en su manto como agua cristalina y espera que en mi canto la lleve de por vida”.
Bolero para un trompeta es otro oasis, una oda al instrumento. Travis acerca su registro vocal al de la trompeta -interpretada por Sergi Renovell-, se entrelazan como si hicieran en el amor dentro de una melodía cinematográfica. “Dice tanto que, si dura un poco más, quizás como el conejo de Alicia, me pierda las horas buscando oírte”.
Acordes de jazz le da una vuelta más al disco con un acompañamiento cálido a base de guitarras eléctricas. “Te bajo la mirada porque estando te has dado cuenta de que por mucho que me pese y aunque no puedas me vuelas”. Es imposible no derretirse con esta creación en la que se sienten hasta los suspiros.
Las canciones nos van transportando poco a poco. En Lagarto rojo ya somos un animal que ha mudado de piel para sobrevivir en la jungla. Solo queda exprimir el presente. “Tú no sabes mentir y yo no quiero creerte, ni puedo detenerme sin probar el tacto de tu boca rota”.
En La vela nos dirigimos definitivamente a tocar el fuego, que quema y consume, pero no importa. Es la melodía más desgarradora gracias a los tintes de copla, juegos percusivos y sonidos que nos llevan al exterior, a sentir las gotas de agua de la vida, como suele suceder en el folklore latinoamericano. El cajón, los coros y la guitarra flamenca nos agitan aún más. La obsesión se convierte en una condición que, como el paso del tiempo, ni se elige ni se puede cambiar. “Hay dos ojos negros guiándome por el camino incierto de tus manos, que me agarran como la garra del tiempo marca el rostro, inevitable”
Después del fuego nos rodea la magia de Maleza. Nuestro personaje soñado se sintoniza con los elementos de su isla, los utiliza para hacer luz. Asume su nueva identidad, la celebra y baila. Es una canción compleja en el plano instrumental, con puntos de psicodelia, pero tremendamente hermosa. Nos lleva desde una selva tribal a una película de Tarantino. Una especie de trance rapeado, una nube de voces que cierra el álbum en círculo. “Salió la parte más oculta que hay en mí. La piedra más buscada en mi jardín. Y me pinte las venas para verme y descubrí un camino, lo seguí… y llegue al borde frontera y horizonte en tu retina si miras me minas, me quemas. Vi bailar tu fuego y me prendí”.
En sus nuevas composiciones, Travis Birds, huye de lo obvio, juega con las metáforas, las sensaciones o el lenguaje. Parece escribir desde el subconsciente porque nos conecta con los rincones más alejados de la memoria, el lugar más libre de la existencia. Interpreta con tanta sensualidad y fuerza que sucumbimos inmediatamente al contoneo melódico.
La Costa de Los Mosquitos, grabado en "La Habitación de Sol Estudio" y masterizado en "Mastering Mansion Madrid", es su particular “Taxi Driver”, “El viaje íntimo de la locura”, a nuestra selva. Un disco inmenso, como la mente humana, y que narra el otro lado de las obsesiones: el transformador. El arte de la portada es obra de Lord Cah y de la propia artista.
Referencias tan dispares como Radiohead, Jeff Buckley, Nirvana, Tom Waits, El Cabrero, Extremoduro, Enrique Morente, Chet Baker, Jorge Drexler, las bandas sonoras, el folklore latino, jazz y hasta la música urbana laten en este trabajo, aunque no hay nada ni nadie que se parezca a la personalidad única que desprende la compositora.
Nunca subestimes el poder de una habitación en soledad. Porque en ella somos los mismos y a la vez distintos. El animal salvaje habita en su interior. Es la flor que sobrevive a la helada. El lado más irracional de la vida es también el más imprescindible.
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