Las abrumadoras curvas de contagiados, fallecidos y recuperados se añaden a la fatiga de tantos días de confinamiento. Los nervios empiezan a agitarse y una de las principales expresiones en nuestra cultura de la agitación del sistema nervioso social es la búsqueda de culpables. Seguramente heredera de la primitiva ceremonia del chivo expiatorio. Cuando ocurre una desgracia en la comunidad, los miembros de ésta se unen señalando a un elemento externo de la misma o a un elemento interno, al cual expulsa. El resultado es el fortalecimiento de la unión de la comunidad para superar la desgracia, quedando desculpabilizada de la misma. El chivo sacrificado en el proceso no obtenía unos resultados tan positivos.
Las culturas judeocristianas arraigan en la culpabilidad. Ya lo dijo el maestro de maestros Nietzsche y, ante una desgracia del tamaño del coronavirus, no podíamos esperar en la búsqueda de culpables que, a su vez, nos desculpabilicen a todos por nuestras formas de producir, consumir, movernos, de vivir. Pues bien, estamos en la hora de los culpables. Buscamos culpables hacia atrás y hacia delante; debajo de la ventana desde la que aplaudimos y hasta debajo de la cama en la que intentamos dormir.
Hacia atrás, se empiezan a echar cuentas de qué gobernantes son los que empezaron la sucesión de recortes en la sanidad pública. Aquí la sucesión de ¡fuiste tú el que….! Parece interminable. Ahora, en medio de la pandemia, nos encontramos con un sistema sanitario abandonado, con una joya de la corona de bisutería. Cuando decíamos que era de los mejores del mundo, nos explota en la cara un sistema lleno de agujeros, sostenido por la vocación y compromiso de los profesionales.
Si de la atención sanitaria, se pasa a la atención en residencias de mayores, la culpabilización por el abandono y falta de control en el que han estado campando muchas, a pesar de los avisos que venían de algunos casos que saltaron a los medios de comunicación, sorprende por su tendencia al anonimato, a pesar de la gravedad de las situaciones que se están descubriendo, donde ya media una grave culpabilidad penal. Aparece difusamente señalado un sistema de control; pero ningún responsable de tal sistema de control. Y es que las propias residencias de mayores concentran buena parte de nuestra latente culpabilidad como sociedad, que soportamos todos por nuestra forma de vivir. Antes del coronavirus, era ya uno de nuestros agujeros negros como sociedad. Con el virus, la terrible oscuridad de nuestro espejo.
En esta mirada atrás hacia la culpabilidad, se apuntan también tiempos más cercanos y aquí el actual Gobierno y la oportunidad de sus decisiones ocupan el foco, aunque más en las redes sociales, que en los medios de comunicación. Llama la atención cómo, mientras el diario británico The Guardian apunta a algunos errores en la gestión de la crisis por parte del Gobierno de Sánchez, aquí, de momento, parece diferirse tal culpabilidad. ¡A lo mejor es que estamos en la cultura cospedaliana del diferido! No lo creo. Tampoco creo que sea porque los medios de comunicación hayan asumido una especie de lógica de comunicación de guerra, con apoyo unánime a una especie de liderazgo militar, cerrando filas. Tal vez sea mal pensado, pero temo que tenga que ver con la menesterosa situación de los medios de comunicación españoles frente al poder, concentrado ahora en el poder político.
En esta especie de expiación momentánea del Gobierno, se expande la culpa del pasado reciente a otros anónimos. Así, se tacha de irresponsables a los que fueron a la manifestación del 8M o los que fueron a los partidos de fútbol de Bérgamo (disputado por el Valencia) o Liverpool (disputado por el Atleti), y se convierten en chivos expiatorios de la desculpabilización del Gobierno. Las víctimas se convierten en culpables y sufren un doble escarnio: si has sido contagiado por el virus o has contagiado a los tuyos, es por tu única culpabilidad.
Ahora lo más preocupante son algunas manifestaciones de culpabilización en el presente. Se trata de esas muestras de control social que se toma la justicia por su propia mano. Los ejemplos se acumulan: vecinos que denuncian a otros convecinos, del mismo inmueble, por no salir a aplaudir a las ocho de la tarde y, sin embargo, ser usuario habitual del sistema sanitario y, en estos días, pasear al perro por un tiempo que supera los veinte minutos; ciudadanos que insultan o escupen a los pasan por las calles para ir a trabajar, etc. La muestra de reacciones canallas se extiende, abriéndose una oportunidad para la venganza. Es el tiempo de la denuncia… el de Leviatán,,, y no hacen falta sofisticados aparatos digitales para este control social, sino que vale con procedimientos de los tiempos más ácidos.
La culpabilización hacia delante la hemos denominado: “ya habrá tiempo para analizar responsabilidades”. Es, de momento y al contrario de la anterior, la del presente, una culpabilización societaria, moderada, que mira especialmente a los líderes políticos y sus expertos, a los que han venido tomando decisiones durante los últimos días. Habrá que ver el tono que toma, que dependerá en mucho del balance final de fallecidos, especialmente si lo comparamos con países en que estaba mejor dotado el sistema sanitario y/o se tomaron otras decisiones durante el ataque del virus y obtuvieron un mejor balance. Será la hora de que respondan los responsables. Mientras, estamos en la hora de los culpables.