¿Se puede hacer frente al COVID-19 sin colapsar sectores enteros de la economía y condenar al paro a millones de personas? ¿Es posible combatir el coronavirus sin imponer restricciones draconianas sobre las libertades civiles?
Suecia no ha cerrado los bares, ni los centros comerciales, ni las escuelas y empresas. Su gobierno ha establecido algunas restricciones, como las reuniones donde se concentren más de 500 personas. Sin embargo, en comparación con el resto de Europa, la vida en el país escandinavo transcurre con relativa normalidad.
España constituye hoy el país con mayor número de fallecimientos por millón de habitantes. En Suecia, sin embargo, la tasa de mortalidad por coronavirus se sitúa en 33 fallecidos por cada millón de habitantes.
Japón tampoco ha recurrido al confinamiento extremo de la población, ni ha realizado tests de diagnóstico masivos entre los ciudadanos. Han cerrado escuelas, cancelando acontecimientos deportivos y eventos multitudinarios, pero la población no ha visto restringidos sus movimientos ni se le ha obligado a permanecer encerrada en casa. Tampoco se bloquearon ciudades para evitar la propagación del virus.
Japón, con una población envejecida como la nuestra, nos triplica en número de habitantes. No obstante, sólo ha registrado 77 muertes por coronavirus. Alemania, Francia, Reino Unido o Suiza tampoco se han mostrado tan restrictivos. Y las cifras no se han disparado a niveles tan masivos.
¿Qué habría pasado si no se hubiera declarado el confinamiento? En realidad, es imposible saberlo. Podríamos teorizar, especular o jugar a adivinar lo que podría haber sucedido, pero sólo sabemos a ciencia cierta lo que ha ocurrido.
Y lo que ha ocurrido es gravísimo, con un impacto económico desastroso y una merma considerable en la salud y las libertades de los ciudadanos. ¿Habría sido más grave de no habernos confinado? Nadie lo sabe...
Lo que sí sabemos es que la salud pública no mejora cuando se aísla a la población. Según un artículo publicado en IntraMed, titulado «El impacto psicológico de la cuarentena y cómo reducirlo», el confinamiento produce efectos psicológicos negativos, como síntomas de estrés postraumático, confusión y enfado. Los factores estresantes se asocian a una mayor duración de la cuarentena, temores de infección, aburrimiento, frustración, suministros inadecuados, información insuficiente, pérdidas financieras y estigma.
Quien sí está agradeciendo el confinamiento es el planeta, cuyos niveles de contaminación se han reducido drásticamente. Al menos, no todo son malas noticias, y podremos suplir las consecuencias negativas del confinamiento con los saludables efectos de limpiar nuestro medio ambiente. El día en que salgamos es posible que no tengamos trabajo, que la economía mundial se haya desplomado, pero respiraremos un aire más limpio, menos infectado, y será el momento de reflexionar, de hacer balance, revisar nuestras acciones y aprender de los errores del pasado.