Por: Juli Rendón Press
Los recientes hechos sobre la captura de hombres armados en territorio venezolano para derrocar ilegalmente al presidente Nicolás Maduro, demuestran que no es la primera vez que se registra una incursión de mercenarios colombianos y estadounidenses en ese país para cumplir dicho cometido. Desde el gobierno de Hugo Chávez, han sido varios los intentos de personas con un perfil y experiencia definidas, las que han intentado hacerlo, en su mayoría exintegrantes del desaparecido Departamento Administrativo de Seguridad DAS, extrabajadores de empresas de seguridad, exintegrantes de la Policía, de Fuerzas Armadas o incluso mercenarios que estuvieron en Bagdad en la guerra de Irak. Todos ellos con un objetivo en común, cumplir la misión y recibir a cambio una suma importante de dinero. Cuando digo que no es la primera vez que sucede es debido a una denuncia que recibí de un mercenario cuando yo trabajaba como Periodista de RCN Radio en la ciudad de Pereira, en pleno corazón del Eje Cafetero Colombiano, esta es la historia:
Corría el 2009, año en el que Barack Obama llegaba a la Casa Blanca como el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos y el virus del AH1N1 hacía de las suyas en varios países del mundo, la verdad más por la alarma y pánico que por los contagios que causó. Ese año General Motors se declaró en quiebra, mientras el mundo lloraba el fallecimiento del Rey del Pop, Michael Jackson. Paradójicamente, fue en el 2009 cuando los gobiernos de Colombia y Estados Unidos firmaron un acuerdo militar que autorizaba a tropas estadounidenses operar desde siete bases colombianas, de hecho, el presidente venezolano, Hugo Chávez, anunciaba sentirse amenazado y llamaba a sus jefes militares a prepararse "para la guerra" y a adiestrar al pueblo para "defender la patria".
En medio de tanto hecho noticioso, cierto día me encontraba en la sala de redacción de RCN Radio en el piso 16 del antiguo edificio del Banco Ganadero en Pereira. Recuerdo que estaba redactando una noticia sobre el desempleo en la ciudad porque iba camino a ser la capital con mayor número de desocupación del país. Justo en ese momento el portero se acercó a la oficina y me dijo:
- Don Julián, un señor dice que quiere hablar con usted.
- ¿Qué señor es? ¿De quién se trata? Le pregunté.
- Me dice que tiene algo para contarle muy importante sobre unos mercenarios, se ve como serio.
Algo extrañado me dirigí hasta la entrada mientras decía en mi mente: Que curioso, con qué me irán a salir.
Al llegar a la entrada, veo a través de la puerta de cristal a un señor observando de perfil el logo de la cadena radial que se ubica en la entrada, justo al frente del ascensor. Se trataba de un hombre de unos 37 años aproximadamente, tez trigueña, cejas pobladas, vestía un jean azul, camisa negra y tenis blancos, tenía una cantidad de papeles en su brazo. Al percatarse de mi presencia dio dos pasos, extendió su mano para estrechármela y me dijo:
-Hola Julián, soy Mauricio, experto en seguridad, vine porque tengo una información con documentación importante que me gustaría que usted conociera”.
Como de costumbre y bajo la supervisión del guarda de seguridad, lo invité a que pasara a una sala que se ubicaba unos metros adelante, allí acostumbrábamos a recibir ese tipo de visitas, normalmente con denuncias ciudadanas por parte de líderes sociales o cualquier otra persona que, para el equipo periodístico, pueda ser una oportunidad de noticia para nuestras emisiones. Lo invité a que se sentara y le dije: Cuénteme ¿En qué le puedo ayudar?
Mauricio inició diciéndome que era un exfuncionario del DAS que formó parte de los 35 mercenarios colombianos que tiempo atrás habían sido engañados y estafados en Irak bajo la promesa de que les pagarían siete mil dólares mensuales para viajar a ese país y cumplir funciones como escoltas de funcionarios o diplomáticos. Me contó que luego haberles prometido el cielo y la tierra y firmar a la carrera un contrato el mismo día del viaje, se dieron cuenta, al llegar al Bagdad, que les iban a pagar apenas mil dólares mensuales. Mauricio, con tono de indignación, me señalaba todo el tiempo la portada de una edición de la Revista Semana, en ella estaban los 35 mercenarios colombianos de los que me hablaba, entre ellos estaba él.
Ver artículo en Revista Semana: Atrapados en Bagdad.
Tras relatarme uno sobre otro difícil acontecimiento vivido en Irak, me dijo que después del horror vivido durante ese tiempo, al regresar a Colombia duró varios meses sin empleo y con mucha frustración por lo sucedido. Me aseguró que meses después de llegar de Irak, le ofrecieron viajar a Venezuela para formar parte de una operación que pretendía matar a Hugo Chávez. Me dijo que estuvo pensándolo varios días, pero finalmente no aceptó ante el temor de ser víctima de un nuevo engaño y porque tenía una pequeña hija que no quería dejar huérfana. Sin embargo, otros compañeros suyos sí habían aceptado la propuesta, quienes luego adelantaron varios operativos frustrados contra el presidente de Venezuela.
Pero lo que más escalofríos me causo fue cuando me relató el modus operandi para el asesinato de líderes sociales y sindicalistas en diferentes regiones del país. Explicó que era el mismo Departamento Administrativo de Seguridad, DAS, el que facilitaba todo para los asesinatos sistemáticos y la institución terminara siempre con las manos limpias. Explicó que cuando un sindicalista o líder social le solicitaba al estado garantías por su seguridad, al momento de la asignación de escolta y camioneta blindada, el líder debía primero firmar un documento donde se comprometía a no frecuentar sitios públicos altamente concurridos, entre ellos cafeterías, bares y discotecas.
Pero era obvio que en cualquier momento alguno de esos líderes, en medio de una aparente amistad y complicidad con el escolta, se tomaría uno que otro café con alguna persona. Era algo que todos los “protegidos” hacían, explicó.
La crueldad del aparato del estado y las ordenes que recibíamos eran de tan alto calibre, que nos ordenaban a los escoltas tomarle fotos a esos líderes cuando estuvieran en una cafetería, sin que ninguno de ellos se diera cuenta y, cuando esa tarea ya estaba hecha, se daba vía libre para que fueran asesinados por sicarios enviados por paramilitares o fuerzas de seguridad del estado, afirmó Mauricio.
Desde luego, las autoridades se curaban en salud mostrando luego las fotografías del líder frecuentando dichos sitios públicos y argumentando que ese error estaba fuera de los protocolos del esquema de seguridad.
Me dijo que había sido escolta de un reconocido senador de la república y que conocía más que a nadie la clase de personas que varios de ellos eran, aseguró haber sido testigo de varias reuniones y actos de corrupción en el mismo capitolio nacional donde los padres de la patria aprueban nuestras leyes.
Luego de hablarme sobre reconocidos narcotraficantes y sus nexos con políticos poderosos, me confesó que no era de Pereira y no oculto su molestia cuando contó que recientemente había discutido con las personas que le estaban brindando vivienda y alimentación en un barrio de la capital risaraldense, en una especie de aislamiento y contraprestación por la información tan delicada que sabía en el ejercicio de su trabajo, brindando seguridad a funcionarios del estado y como mercenario. Cansado de ver que no le cumplían su promesa de darle trabajo los amenazó con contar todo a la opinión pública. Estaba seguro que lo iban a matar, por eso me pidió que lo entrevistara para así él poder contar al aire todo lo que sabía. Me mostró varios documentos y firmas que demostraban la veracidad de lo que estaba diciendo.
Yo le respondí que para poder hacerlo debía primero ponerlo sobre la mesa y proponérselo a mi jefe inmediata. Me dijo que no había problema, anotó mi número de celular y me dijo que me llamaría luego.
Claramente aterrado de todas las atrocidades que me había relatado el desconocido sujeto, minutos más adelante entré a la cabina para participar de la emisión de noticias del medio día. Cuando terminó dicha emisión a eso de las dos de la tarde, me fui caminando junto a Liliana Torres, en ese entonces directora RCN Radio en Pereira, para contarle lo más concreto posible todo lo que dicho hombre me había relatado. Visiblemente asombrada, Liliana Torres me dijo lo siguiente: Juli, todo eso está muy bueno, pero es una información muy delicada. Aunque me manifestó su apoyo profesional diciéndome que, si yo lo consideraba, ella iba a exponer el caso con las directivas nacionales, entre ellos Juan Gossain, pero antes yo debía asumir las consecuencias de lo que implicaba sacar todo eso al aire. Me advirtió que denunciar a todo el aparato narco paramilitar del estado significaría, posiblemente la muerte o muchos problemas que afectarían mi tranquilidad. Pues claro, estábamos frente al segundo periodo del gobierno de Álvaro Uribe Vélez. Desde luego, siempre confié en el criterio periodístico de Liliana, de hecho, aprendí mucho de su experiencia, por eso y muchas razones más, decidí autocensurarme, no tocar el tema y garantizar la seguridad de mí familia y la de mi hijo que en ese entonces estaba por nacer.
Hoy, once años después, cuando mercenarios colombianos vuelven a intentar invadir Venezuela para asesinar, esta vez al presidente Nicolás Maduro, se me vinieron a la mente todos esos recuerdos que nunca saldrán de mi mente al punto que, desde España, le escribí a Liliana Torres y recordamos de manera ecdótica ese suceso y porque la conozco no me sorprendió cuando me dijo: Juli, y no me arrepiento de haberte dicho eso.
Siempre se lo agradeceré, yo estaba muy joven y era fácil que no midiera las consecuencias. Como periodista he aprendido a revelar verdades y a nunca enceguecerme con las fuentes, pero también he aprendido a saber cuándo decir no por mi seguridad y la de las personas que más quiero.