Cientos de médicos, ingenieros, makers y ciudadanos anónimos de toda España trabajan a contrarreloj para fabricar respiradores, uno de los aparatos más necesarios en estos momentos para hacer frente a las amenazas del Covid-19. Organizados en grupos generales de telegram, como Coronavirus Maker, y subgrupos por comunidades autónomas, todos trabajan desde sus casas o talleres para modelar y fabricar con sus impresoras 3D algunos de los productos sanitarios más demandados por los hospitales.
Aunque todos comparten intereses e información, parece que son los makers asturianos, organizados en el grupo CV19Makers REESistencia Team, quienes van a probar el lunes en el Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA) el respirador que han desarrollado con la ayuda de impresoras 3D.
El equipo que ha liderado el proyecto asturiano está integrado por Marcos Castillo, ingeniero informático; Juan María Piñera Parrilla, ingeniero mecánico; Carlos Moreno-Luque Suárez, ingeniero electrónico; y por Bartolomé López Medina, especialista en impresión 3D.
Castillo explicó en el programa "La Ventana" que, si el aparato que han construido funciona, podrían fabricar un respirador cada tres horas solo con sus medios. De momento, según relató, están trabajando en un bajo comercial.
Hoy mismo, la Guardia Civil anunciaba en su perfil de Twitter que los compañeros de tráfico de Asturias habían donado cien boquillas de los etilómetros de las alcoholemias al equipo que está liderando el proyecto. "Necesitaban una pieza que era imposible de adquirir y las boquillas pueden sustituirla".
El movimiento Coronavirus Maker, trabajando en comunidad y compartiendo conocimiento, tiene que ver con la cultura hacker, que consiste en hacer fácil lo difícil.
Los pioneros del software se denominaban a sí mismos hackers, porque a las soluciones que iban encontrando para mejorar su relación con los ordenadores las llamaban “hack”. Su manera de actuar estaba fuera de cualquier ortodoxia académica. Tejían redes de conocimiento para compartir lo que aprendían y defendían el libre acceso a las herramientas y al conocimiento generado.
Así, mientras que los primeros hackers del MIT no paraban de inventar y reinventar, J.C.R. Licklider, uno de los pioneros de internet, escribía en el mismo campus sobre las infinitas posibilidades de una red de ordenadores conectados. Era 1961 y faltaban ocho años para que Arpanet, el preludio de internet, llevara a estos jovencitos a reinventarse como tribu internacional, tal y como dejó escrito Eric J. Raymond.
La cultura hacker contribuyó a diseñar la arquitectura e inteligencia colectiva de la red. Sus innovaciones tecnológicas sentaron las bases de la economía digital y de la economía colaborativa. En su metodología de trabajo, se asientan también los cimientos del movimiento Maker, de la innovación social y del resto de movimientos sociales que tomaron la red como modelo de organización.
Gracias al espíritu maker y hacker de todos estos médicos, investigadores, ingenieros y personas anónimas, estamos a punto de conseguir una serie de máquinas que pueden salvar vidas humanas.