Dado que vivimos actualmente en una sociedad que se ofende por todo o casi todo voy a matizar el título; no cruzo en rojo si hay niños o niñas delante.
Una vez dicho eso, comprendo que a lo mejor se pueda tener la creencia de que es una actitud puritana, incomprensible o que pueda esconder algún tipo de trauma de la infancia el simple hecho de no pasar en rojo solo por tener a unos chavales delante. Desde luego, hoy en día hay una palabra y un diagnóstico para todo, pero no he encontrado en ello algo que lo explique «técnicamente».
Veréis, cuando un individuo experimenta que las palabras o las ideas que transmite a otro individuo de poco funcionan para cumplir un objetivo mayor solo le quedan dos opciones; o se rinde o cambia la fórmula.
Parece ser que hay un consenso general en cuanto a que el sentimiento de empatía más ferviente sé dé en los animales, y a pesar de que el ser humano lo sea no esta incluido precisamente en ellos. A lo que me refiero es que se ve como a mucha gente le hierve la sangre si a algún animal, sobre todo doméstico, ha sido maltratado o abandonado en condiciones deplorables, alegando para ello que los animales solo viven por un inocente instinto y no en polaridades de «bien» o «mal» producto del raciocinio como en los humanos.
Pero, curiosamente, ¿acaso el ser humano en su niñez no es inocente per se?. Sus ideas y forma de ser se forjan en la primera sociedad política que conoce y pertenece: la familia. Y conforme va creciendo se va moldeando poco a poco todo su ser.
Hemos sido y estamos siendo testigos de familias disfuncionales, de arrebatos de ira de padres que no han sabido poner límites a sus hijos y arrebatos de ira de los hijos por no conocer esos límites de los padres. El Estado y las instituciones públicas se lavan las manos con esto, para ellos la creación y el manteamiento de diferentes instituciones educativas ya es bastante trabajo realizado, eso sí, hasta los 16 años, que es la edad legal para poder largarte personalmente de la «educación» pública en España, hayas o no hayas hecho algo hasta llegar a este punto.
Con todo esto, se entenderá que yo, como individuo «libre», no soy nadie para decirle ni a unos padres ni al propio Estado como tienen que ser las cosas o como educar a un niño/a. De intentar hacerlo ocurriría como he comentado anteriormente con las palabras o las ideas y caerían estas en saco roto, además de que muy posiblemente la ira latente de esas familias se redirigiría hacia mi persona.
Dado que no puedo escapar de la interacción y del deber social y que abrir la boca de poco sirve, he decidido lejos de rendirme cambiar la fórmula, posiblemente no cambie el mundo pero si que puedo transmitir la intención de hacerlo, ¿cómo?, pues haciendo lo contrario a lo que hace la gente, dado que aquel que va a contracorriente tiene la cualidad de ser observado y señalado, tanto para lo bueno como para lo malo.
Una de las primeras enseñanzas básicas que se enseñan (a nivel general) en el núcleo familiar a los nuevos seres venidos a este nuevo mundo es el tema de la calle y los vehículos, de como el semáforo regula el paso de unos y otros. Una enseñanza/norma que por otra parte es violada al poco tiempo de aprender, ya sea por los mismos integrantes de la familia o por los demás ciudadanos que tenemos al lado.
Así que finalmente el niño o la niña tienen una de sus primeras y más grandes dudas, les están diciendo que no se puede cruzar la acera con el semáforo en rojo pero mucha gente a su alrededor lo está haciendo y en ocasiones a ellos también les han obligado a hacerlo.
Hasta que un día se encuentran a un joven hombre que no lo hace, que misteriosamente mientras los demás siguen cruzando en rojo por diferentes excusas, este, de una manera estoica, espera a que el semáforo dicte que está en verde para poder cruzarlo. El inocente individuo que acaba de venir al mundo ya no se acuesta en la cama ese día pensando en los que han cruzado con la señal en rojo, sino porque aquel individuo no lo hizo.
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