Vivimos tiempos convulsos. Llueve a cántaros la incertidumbre por el mundo. La situación se ha vuelto dramática, no lo niego, pero la enfermedad no se sana con violencia y coacción, ni con reales decretos, sanciones desproporcionadas o estados de alarma. Inoculando miedo, la enfermedad se agrava. Familias enteras hacinadas en pequeños pisos, millones de niños sin poder desfogar, ni hacer ejercicio, y muchos puestos de trabajo perdidos, eso enrarece el ambiente y añade más leña al conflicto. El pánico dispara la tasa de suicidios. Cada uno debe ser responsable de sí mismo y de su propia salud: los gestores centrales ya han demostrado fehacientemente su nivel de ineptitud.
Me parecen mucho más eficientes las iniciativas ciudadanas voluntarias, invisibles, espontáneas, creando logística, limpiando, cuidando, sosteniendo, y asegurando que no se detenga el abastecimiento, que todas las medidas autoritarias de vigilancia. Sanamos con perdón. Sanamos con amor. Sanamos cuando conectamos con el corazón. Celebremos que se han detenido las industrias, que respira el planeta, que todo empieza de nuevo, que tenemos la gran oportunidad de jugar a crear el mundo que queremos. ¡Volvemos a ser pequeños!
Imagen: Timelapse Flowers.